Ritos de iniciación

Maria Rivas
3 min readAug 28, 2020

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Me encantaría poder tener una historia romántica de cómo me enamoré de la lectura, y tener a ese un libro o autor que fuera lo equivalente a un primer amor. Lo he pensado en los últimos días y creo que, de verdad, yo no tengo tales cosas. ¿Cómo, entonces, me introduje al mundo de los libros? De verdad no lo sé, o no lo recuerdo. A lo mejor fue algo que avanzó tan de poco a poco que no me di cuenta, es decir, no tuve UN rito de iniciación. Me doy cuenta de que no lo tengo porque, al intentar recordarlo, ni siquiera estoy segura de lo que busco. No tengo idea de cuál fue el primer libro que leí: de chica tenía cuentos infantiles que me leían y que, más tarde, leía yo; pero no estoy segura de que eso haya influido demasiado.

Sin duda alguna, la experiencia de mi infancia que más me acercó a la lectura — no sé si esto sea lo que es un rito de iniciación — definitivamente serían los cuentos de mi tío. Tengo unos tíos que para mí siempre han sido como un set extra de abuelos, sobre todo porque sus nietos tienen mi edad, entonces entrábamos todos en el mismo paquete. Cuando nos quedábamos a dormir en su casa de niños, siempre, de manera casi religiosa, mi tío nos contaba cuentos antes de dormir. Cuando busco en mis memorias de la infancia, esas son las únicas experiencias “lectoras”. A pesar de que no los leía, vivía esos relatos, los entendía, le tenía cariño a los personajes; cosas que nunca me pasaron con libros infantiles. Conforme pasó el tiempo, me fui dando cuenta de los orígenes reales de esos cuentos que nos contaba mi tío tan bien memorizados que parecían inventados en el momento. Fui descubriendo que ese “Aquiles” y ese “Ulises” — que tan bien me caía — eran en realidad los protagonistas de unas de las obras más importantes de la antigüedad. Otros tantos personajes venían de la mitología asturiana, que mi tío conocía de cuando era niño y vivía en las tierras del nuberu y de las xanas. Y el más importante, y sobre todo más simpático, resultó ser nada más y nada menos que Don Quijote de la Mancha (ingenioso hidalgo, por cierto).

No me malentiendan. No estoy diciendo que la importancia de los cuentos de mi tío es que resultaron ser grandes obras de la literatura. Todo lo contrario. Yo, a los 4, 7, o los años que tuviera, no tenía ni la más remota idea del contexto real de esas historias. Para mí, esos personajes eran mis amigos, esos mundos eran a donde yo imaginaba que iba; esas historias eran los cuentos de mi tío. Si hubieran sido cuentos inventados por él, me hubiera sido igual. La importancia de esos cuentos era otra; era la manera que tenía de narrarlos que hacía que nos metiéramos, que los viviéramos. No sé si eso cuente como rito de iniciación, pero creo que de ahí salió mi afición por esas experiencias — la experiencia de lectura.

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